CAPITULO 1 - #2



Capítulo 1: De Una

   

#2 Hemofóbico




Dibujo de ED!



Soy Marcos. Estoy sentado en un sofá, vendado y dolorido, tomando unos mates con “El Rafa”, un veterano mecánico de autos. Estamos en compañía del Toro, su perro. Me desperté hace un rato de un desmayo; tuve un "accidente" muy feo. El Rafa me ayudo y me trajo a su casa, ya que llevarme a un hospital no es posible. De a poco empiezo a recordar como fui a parar a su casa, todo lastimado. De fondo suena una vieja radio en AM, informando a la población de lo sucedido, y mate amargo mediante le cuento lo que me pasó:


Estaba paseando por 18 de julio. Era de tardecita, e iba tomando mate llegando a Ciudad Vieja. Había llegado a Montevideo hace un par de días, buscando la vida. Estaba esperando a Gabriel, un amigo, que estaba por salir del trabajo.

Llegando a Plaza Independencia levanté la vista y vi que varias personas hacían lo mismo, para ver como una avioneta descontrolada caía directo a la ciudad. “¡BOOM!” Se estrelló cerca del puerto, arrasando varias cuadras. “¡BOOM! ¡BOOM!” De nuevo. La curiosidad hizo que, al igual que muchas personas, me acercara al lugar. Explosiones, cosas volando por el aire. Nunca había visto algo así, todo el fuego y el humo. Aun previendo el peligro, me quedé a mirar, y saqué algunas fotos con el celular, entre el asombro y la fascinación por la catástrofe. Mediante mensajes de texto, les comento a “Kike”, con quien vivo, y a Gabriel, lo ocurrido, y coordinamos otro lugar de encuentro: la salida del trabajo de Gabriel, por mera preocupación y precaución. Seguí mirando el desastre unos minutos más: las sirenas y los vehículos a gran velocidad no se hicieron esperar, el tránsito empezó a complicarse. Mientras el fuego, el humo y las explosiones siguieron, mucha gente se arrimó a mirar. Desde la calle, ventanas y balcones de los edificios, se los veía filmando y sacando fotos, ya sea con sus cámaras o celulares. Algunos autos paran.

Más sirenas, milicos, ambulancias y bomberos. La situación se volvió tensa. Decidí arrancar hasta el laburo de Gabriel; aunque no queda muy lejos, son varias cuadras desde donde estoy. Pero los vehículos que se alejaban a gran velocidad del siniestro no tardaron en ocasionar accidentes, y embotellamientos. El caos se hacía presente y me preocupaba un poco, ya que de tanto dar vueltas esquivando el relajo me alejaba cada vez más del destino, y empecé a perderme. Por suerte siempre llevo un mapa de Montevideo conmigo, de seguro saldría de ahí sin problemas.

Problemas. Esa es la palabra clave. En cuestión de minutos, aparecieron muchos autos a alta velocidad que se alejaban del siniestro, atropellando todo lo que se ponía a su paso, incluidos los patrulleros y ambulancias que iban a ayudar. En los alrededores del siniestro, se podía ver gente corriendo a los gritos y chaplanes aprovechando el caos para saquear tiendas. Unos milicos que andaban cerca intentaron agarrarlos, pero los “planchas” escaparon corriendo, cruzando una calle muy transitada ¡PUM! Un bondi los hace garcha y se estampa contra un árbol. Me resguardé en un zaguán para mirar lo ocurrido, y no entendí un carajo de lo que pasó a continuación: los milicos fueron a ayudar a los pasajeros, los cuales estaban muy heridos y ensangrentados. Los oí gritar, pero sus gritos no eran de dolor, estaban eufóricos. Se veían raros. Nadie entendía nada, y cuando los milicos intentaron ayudarlos a salir, los pasajeros se les tiran encima y empiezan a morderlos y a comérselos...

Mientras los pasajeros del bondi seguían atacando gente, yo ya había corrido una cuadra, entre el susto y la calentura, pensando: "¿Será posible? Después de todo el sacrificio que tuve que hacer para venir a vivir a Montevideo y al fin empezar una nueva vida, ¿pasa esto? Cae un avión y la ciudad se llena de… ¿qué? ¡¿DE ZOMBIS?! ¡¿QUÉ MIERDA PASA?!”

Llamé a Gabriel, quien obviamente incrédulo me responde: "¿Zombis? ¿Me estas jodiendo?" Pero no le quedó otra que percatarse de la espantosa realidad, ya que en ese momento ocurre un accidente en la puerta de su trabajo. “Aguantá un cacho que pasó algo acá.” El teléfono siguió en línea, y escucho que salió a ver lo sucedido; los pasajeros salen de un vehículo a los gritos, eufóricos, atacando a la gente que va a ayudarlos. No entiende, pero su instinto le dice que se encierre, que se arme. Muy tarde: varios de sus compañeros, que habían salido a ver el accidente con él, son atacados por los “bichos”, y son transformados en cuestión de minutos. Uno de ellos alcanza a morder a Gabriel. Se escapa y se encierra en el baño de su trabajo. No salió... y no va a salir...

Le digo que se calme, pero fue mordido y ambos ya sabemos lo que les pasa a los que fueron mordidos; ya lo vimos en películas y videojuegos... Nuestra conversación se corta ya que me quedé sin saldo en el celular, así que no pude avisarle a “Kike”...

No pude hacer nada. Gabriel moriría encerrado en un baño, sólo, agonizando de dolor… Y se convertiría en un monstruo... un final peor que la muerte...

Entre el caos solo pensaba en hacer mierda cuanto bicho se me metiera enfrente... Debía sobrevivir…

Primero: un arma. Pero... ¿dónde? ¡LOS MILICOS MUERTOS! Iba volviendo con cuidado hacia el lugar del accidente, con un pedazo de baldosa en la mano. Necesitaría un arma mejor. En eso vi un auto que había chocado contra las rejas de una casa, arrancándole un par de fierros. No demoré en agarrar uno. Era medio pesadito, pero serviría mientras llegaba a los cadáveres de los milicos, los cuales fueron descuartizados. No se transformarían aunque quisieran... Casi vomito, pero unas viejas me piden a los gritos que las ayude. Por poco no les parto la cabeza del susto que me dieron... Llegando a los cuerpos, veo uno de los “bichos” arrastrándose hacia mí, sin piernas y con las tripas para afuera, dejando un rastro de sangre enorme. Sin pensarlo mucho, y con toda la rabia del mundo, le parto la cabeza al medio con el fierro, una y otra vez... El sonido del cráneo partiéndose me trae de nuevo a la realidad y vi algo de lo que no me había percatado antes por la adrenalina: SANGRE. Soy hemofóbico.

El milico muerto delante de mi estaba hecho pedazos. Sangre por todas partes. De repente comencé a agitarme, y la respiración se me hizo incomoda. Saqué las armas de los milicos con mucho asco y, temblando, apenas me dio tiempo a sacar algunas balas de los cinturones. Un par de calibres .38 y media docena de balas. Revisé el patrullero chocado: una escopeta. ¡UNA ESCOPETA! Dando lugar a lo que parece una regla general: donde hay zombis, hay al menos una escopeta. Mejor para mí...

Escopeta en mano, metí el resto en la mochila. Objetivo: llegar al Prado, a lo de “Kike”, juntar nuestras cosas y volver como sea a Salto, escapar de ahí, salvar a mi familia. Pero El Prado estaba lejos, bastante lejos. Necesitaría de un vehículo. El patrullero estaba intacto, pero no pasaron ni dos segundos cuando vi varios “bichos” que se me venían encima, corriendo como locos. Le tiré al más cercano, por instinto apuntando a la cabeza: un tiro en el cachete, arrancándole un cacho de cara... A otro le pegué en el cuerpo y casi lo parto en dos. De no ser porque estaba apoyado contra el patrullero, el escopetazo me hubiera tirado al piso. Me metí en el auto lo más rápido que pude, ya que los demás zombis estaban cerca, y más venían en camino. Los hijos de puta empezaron a golpear las ventanas, sacudiendo el auto. Estaba re asustado, y la cabeza me daba vueltas. Dentro del auto más me costaba respirar, pero tuve que hacer lo posible, no me quedaba otra. Las llaves estaban puestas. Cinturón, contacto, embrague, primera, acelerador, y “vaya a cusquiarse”. Atropellé un par de “bichos” por el camino, eran las viejas que me habían asustado antes...

Debo admitir q manejaba torpemente, porque, NO SE MANEJAR. NUNCA MANEJÉ EN MI VIDA, y encima la sangre, sangre por todas partes. Igual hice lo que pude, gracias a los videojuegos... Seguí dando vueltas, esquivando accidentes, otros vehículos y gente corriendo. Después de un par de vueltas, agarré por “Dieciocho” y me dirigí por el centro hasta Tres Cruces, hasta al final subir por Bulevar Artigas. Sé que podría haber cortado por el Palacio Legislativo y llegar más rápido, pero no conozco bien el camino, así que fui por lo seguro. Aparte, con el despelote, el Palacio era un caos, con los autos de los políticos y demás mierda saliendo, con montones de “milicos” y guardaespaldas...

Ya más lejos del incidente la cosa estaba más tranquila, pero el transito seguía alborotado. Aunque rápido, manejo con cuidado y con la sirena abierta, no quiero morir atropellado por algún imbécil...

En el camino iba pensando en lo sucedido: mi familia en Salto, y en mis amigos. “Kike”, del que no sé nada desde hace un rato, y en Gabriel… ahora "Gabriel zombi"... La tristeza me invade de nuevo, y la rabia... Empecé a manejar más rápido...

Miré para arriba y vi como unos helicópteros del ejército iban para el lado del puerto, y un par de cuadras más adelante varios camiones cargados de “milicos”. De la nada, uno de los camiones es atropellado por un “bondi”, el 526. Y todo quedo negro...

Después de unos momentos recuperé la consciencia... Me dolía la espalda y el cuello, un poco el brazo izquierdo y también la cara. Tenía un poco de sangre en la boca y algunos raspones. ¿Sangre en la boca? Algo me subió por el estómago, pero me aguanté. Me di cuenta de lo que había pasado, lo vi clarito: el 526, de costado, porque me lo comí entero... se metió en mi carril después de haber chocado con el camión militar... “La saqué barata”. El cinturón y la bolsa me salvaron...

El camión militar dio varias vueltas, los milicos que iban en él salieron volando por todas partes. Casi todos murieron. Algunos pasajeros del bondi también, pero otros se comenzaron a levantar...

Ya despabilado, vi unos “bichos” cerca. Agarré la escopeta y les disparé a los que me estaban viendo con intenciones de comerme. Me sentía cada vez peor al ver como la sangre y los pedazos de carne volaban por el aire con cada tiro acertado. Una vez que mataron a todos los zombis, los “milicos” de mierda empezaron a dispararme a mí también, pero les grité, agitado, que dejaran de disparar, que no era uno de "ellos". Me ayudaron a salir, mientras les explicaba lo que vi. Me dicen que vaya a un lugar seguro, mientras me quitan la escopeta. No me importó mucho porque llevaba la “treinta y ocho” en la mochila... Algunos “milicos” ayudaban a los caídos, otros se iban para el puerto. ¿Yo? A lo de “Kike”. Estaba a dos cuadras de “Los cuernos de Batlle”.

Llegando a “Los cuernos de Batlle”, doblé a la izquierda; seguí por “Bulevar”. Aún falta...

Varias ambulancias iban y venían. El problema se agravaba, ya que en las ambulancias llevaban heridos a los hospitales. Algunos heridos por mordeduras...decenas de heridos por mordeduras. En el Hospital de Clínicas, la cosa se iba a poner MUY fea... Tenía que salir de Montevideo; no sé cómo, pero rápido.

Millán estaba a unas pocas cuadras, pero a pie estaba “regalado”, aunque el peligro estuviera medio lejos. Ingenuo. Hago dos cuadras cuando veo un auto fuera de control, que frena bruscamente. El conductor abre la puerta de golpe y cae al suelo, atacado por su hijo que iba atrás, el cual había sido mordido y era llevado al hospital... Pistola en mano, y corriendo medio rengo por un dolor en el tobillo, me acerqué al auto desde atrás. Lo rodeé y vi como el “pendejo” de mierda se morfaba la garganta del padre. Me aumentó el mareo. Cuando el pibe se percató de mi presencia, me gritó e intentó atacarme, pero ya tenía un tiro en la frente. Chau pibe... El padre, supuestamente muerto, también recibe lo suyo, un tiro en la “saviola”, por las dudas. En las películas siempre se levantan... Con mucho asco por la sangre, pero con la adrenalina al máximo, me meto enseguida al auto, cerrando bien las puertas, y por un segundo, sonrío. Estaba sentado en un flamante Peugeot 206, negro. “El sueño del pibe”. Pero en seguida miré el espejo retrovisor y vi una pequeña foto del tipo y su familia, con su hijo, juntos. Me puse a pensar en que esos "bichos" eran gente. El mareo era muy grande y estaba a punto de desmayarme, y pensé de nuevo en mi familia, cosa que me despabiló un poco.

Cinturón, contacto, embrague, primera, acelerador y “dale que es tarde”. Ahora sí voy rápido. La columna de humo negro se veía clarito desde “Bulevar”. No me gustó nada ver que a medida que me acercaba a Millán aumentaba el caos. Por alguna razón, El Prado estaba atestado de accidentes, gente corriendo, y “bichos”... Al parecer un camionero que salía del puerto chocó queriendo salir de la ciudad, él y su ayudante se habrían transformado. Eso me lo conto “El Rafa” más adelante, ya que él vive por ahí cerca. Pensé en “Kike”. ¿Estaría bien? Por el panorama no tenía muchas esperanzas... Subí por Millán, doblé en Cisplatina y antes de llegar a la esquina está la casa de “Kike”. De nuevo: caos, gente corriendo, “bichos” corriendo. Bajé del Peugeot (el cual no pude disfrutar por el caos...), cerré la puerta, pero lo dejé en marcha, por las dudas. En eso vi algo que no me gustó: sangre en el piso, por el pasillo que lleva hacia la casa. La reja estaba cerrada, con candado. No me gustó nada. Toqué timbre por las dudas, y le grité a “Kike” que me abra, pero no respondió, y empiezo a pensar lo peor... Grité una vez más, esperando que ningún “bicho” me oiga.

Entonces escuché gruñidos y sonidos grotescos: ahí estaba “Kike”, con sangre por todos lados, un brazo todo mordido. Era uno de ellos. Estaba como hinchado y deforme, con los brazos más grandes y grotescos. De alguna forma pude contener las ganas de vomitar, pero el mareo que tenía en ese momento apenas me permitió mantenerme en pie. Al verme me ataca, chocando bruscamente contra las rejas, una y otra vez, babeando y sangrando por todos lados. Yo estaba estupefacto, congelado, temblando del susto, apuntándolo con la pistola por mero instinto, pensando si disparaba o no, después de todo era “Kike”, mi amigo... Aun sabiendo que ahora era un monstruo, no pude dispararle. Con rabia, tristeza, arrepentimiento y escuchando sus gritos eufóricos, lo dejé ahí, ya que las rejas lo tendrían encerrado. Rápidamente subí al auto, me acomodé el cinturón y escuché un ruido muy fuerte: Kike rompió la reja y la tiró a la mierda, viniendo derechito al auto. Arranqué pero ya era demasiado tarde: “Kike” embiste el auto por la parte trasera, haciéndolo girar en trompo por varios metros. Apenas recuperado del shock y algo mareado, veo a “Kike” frente a mí, gritando y gruñendo. Arrancqué, tratando de esquivarlo por el costado, ya que por atrás la calle estaba bloqueada. "¡Que sea lo que Dios quiera!" pensé. Al parecer Dios no me quiere. “Kike” arremetió contra el auto, levantándolo brutalmente y haciéndolo volar varios metros por el aire, dando varias vueltas antes de caer y hacerse mierda contra el piso encima de la vereda. Chau Peugeot.

De nuevo tuve suerte. Sobreviví gracias al cinturón y las bolsas de aire, pero no impidieron que me raspe y me golpee hasta el apellido. La espalda a la miseria. Apenas tuve tiempo de darme cuenta qué mierda pasa cuando “Kike” se acerca furioso al auto deshecho y empieza a golpearlo y arrancarle pedazos.


Dibujo de ED!

Mi visión comienza a quedar borrosa. Como puedo agarro la pistola y le pego un par de tiros en la pierna más cercana, arrancándole un cacho. “Kike” grita y se tambalea, hasta que cae. Intenté salir del auto y a duras penas lo logré. Veo a “Kike” tirado en el suelo. Me ve y se me abalanza, arrastrándose. Esta vez no lo dudé: le disparé en la cabeza hasta quedar sin balas... Shockeado, me caí al piso, pensando en lo que hice. Estaba muy debilitado por la sacudida dentro del auto, el mareo; tenía la visión borrosa y muchas ganas de vomitar, y encima en la pierna tenía un tajo enorme, bañado en sangre. Tirado en el suelo, antes de desmayarme, apenas logré ver un vehículo ruidoso que frenó de golpe. Un tipo sale y me dice que me levante, que me venía a ayudar. Recuerdo un perro grande y hediondo lamiéndome la cara. Todo se volvió oscuro...

Escrito por: ED!

Edición: Fernando Benítez

Dibujos de: ED!